Y aunque mi primer instinto es reaccionar como Liam Neeson en Venganza (“Os buscaré, os encontraré y os mataré”), la verdad es que me enfado más con migo misma. Por no verlo venir y confiar en alguien que no merecía mi confianza. Y cuando la rabia se disuelve, me quedo con ese molesto “lo habría tenido que saber”—esa sensación que tienes cuando no quisiste ver las señales de peligro que acompañaban un encuentro o una decisión.
A quién le estamos engañando? No vivimos en un mundo perfecto. La mayoría de las veces las apariencias no engañan. A menudo, la primera impresión es correcta. Raramente el istinto se equivoca y no somos personas peores por hacerle caso—quizás más honestas y menos hipócritas. El beneficio de la duda puede irse al país de nunca jamás y nunca volver.
Y está bien así. No podemos gustarle a todo el mundo y no todo el mundo nos puede gustar a nosotros. No podemos siempre hacer buena impresión y siempre tener buena impresión de los demás. Si alguien no me gusta, no me tiene que gustar.
Y la verdad es que está bien. Prefiero tener un amigo menos y un día feliz más. Prefiero no añadir estrés inútil a una vida ya bastante complicada, hecha de personas imperfectas y responsabilidades agobiantes.
Y cuando no le gusto yo a alguien o me juzgan demasiado rápido, me conformo con saber quien soy. Una persona no perfecta, pero honesta y correcta al máximo de mis capacidades, en el trabajo y en la vida privada. Qui piensa en las consecuencias que sus acciones y palabras pueden tener en la vida de los demás. Que sabe tragar el orgullo y admitir cuando se equivoca. No avara y seguramente no hipócrita. Y sobre todo, soy una persona que vive con la conciencia tranquila, que es más de cuanto mucha gente pueda vantar.
Así que a quien acaba de engañarme—ella sabe quien es—digo solo: “Me conformo con saber que soy mejor persona que tú”.